HOGAR
CIUDAD UNIVERSITARIA
Los protagonistas de esta historieta son mis antiguos compañeros
y yo durante cinco años de estancia común en el "Hogar Ciudad
Universitaria", de Auxilio Social, tambien llamado HCU
u Orfe (de orfanato), que decíamos de guasa los alumnos. Este
hogar de estudiantes se encontraba en Madrid, en la Ciudad Lineal, casi enfrente
de los Estudios Cinematográficos CEA.
Ernesto Fernández
El HCU y sus canciones
En un día como otro cualquiera de septiembre de 1947, el Hogar Ciudad Universitaria, (HCU), me acogió por vez primera en su seno recibiéndome con cánticos a dos voces. Era el coro del orfe que estaba ensayando para actuar en el Circo Price, en la fiesta de no-sé-qué, que Auxilio Social celebraba todos los años. El coro estaba compuesto por un grupo de chicos, serios y barbilampiños, que se esforzaban lo suyo, pues había que hacer méritos para ganarse el chusco con una salchicha dentro, que se repartía el día de la fiesta.
En un día como otro cualquiera de septiembre de 1947, el Hogar Ciudad Universitaria, (HCU), me acogió por vez primera en su seno recibiéndome con cánticos a dos voces. Era el coro del orfe que estaba ensayando para actuar en el Circo Price, en la fiesta de no-sé-qué, que Auxilio Social celebraba todos los años. El coro estaba compuesto por un grupo de chicos, serios y barbilampiños, que se esforzaban lo suyo, pues había que hacer méritos para ganarse el chusco con una salchicha dentro, que se repartía el día de la fiesta.
Así que durante un buen rato
estuve escuchando cómo cantaban, al tiempo que me llamó la atención el que cada
uno fuera vestido a su modo --cosa insólita para mí, que venía del Hogar Alto
de los Leones, donde todos sin excepción íbamos vestidos de idéntica manera--;
y también me dí cuenta de que tenían cara de saber más que Lepe. Quizá por eso
sintiera por un momento una mezcla de temor y de admiracion al contemplar a
mis nuevos compañeros, agrupados como estaban en un ricón del comedor, a la
caída de la tarde.
Tenían por dirigente a Klaus –un icono
de belleza nórdica--, que además de usar sombrero tocaba el acordeón, y
seguramente sería uno de tantos nazis que por allí pululaban.
FOTO 1.-
Aquí tenemos a algunos de mis antiguos
compañeros. Están posando en el campo de “Villa Tinuca” con el HCU
al fondo. Los chicos son : Canales, Víctor, Aceitero, Elías, del Coso y Vallejo
(?). Es invierno y se están concentrando mentalmente para la conquista del
Peñalara, a cuya cumbre ya había llegado yo como si tal cosa (sin que ellos se
enteraran), desde la Laguna de Peñalara.
En ese momento cantaban una canción
folklórica irlandesa algo melancólica: “Muy lejos navega my Bonny”, y a
continuación, una alemana: “Venimos de tierras lejanas”. (Las canciones
alemanas, tanto si están escritas para marchar como para bailar un zapateado
bábaro, se caracterízan por ser muy armoniosas e incitar al oyente a marcar el
paso; a menudo también, a coger un fusil y preguntar qué por dónde
se va a la guerra).
A mi llegada no me saludó nadie
--salvo el director, D. Antonio--, quien en el almacén de la ropa me dijo: “A
ver, gilipollitas, búscate unos zapatos” . (Con un tipo tal como Director, mal
empezaba la cosa...).
Verano de 1949. “La Casita”, pequeño
albergue sin agua y sin luz que sin embargo era un paraiso para 26 alumnos que
habían aprobado. A esa edad de entonces, esas cuestas nos daban
risa.- Los domingos eran algo especial, ya que los autobuses de
Madrid traían a las chicas que pasaban el día en la Laguna de Peñalara.-
A primera hora íbamos a oir misa al destacamento militar situado en la
montaña de enfrente, y cuando más tarde se escuchaba por los valles el eco del
gong de la “La Casita” anunciando la pitanza, volvíamos
tristes al redil dejando tras de nosotros un ramillete de flores --niñas
bonitas-- que también visitaban el campamento para oir misa y, quién sabe,
quizás atrídas por el olor a potro acuartelado.
Unos días después, engalanados con un
atuendo de montañeros similar al de las Juventudes Hitlerianas, formaron un
vistoso grupo en medio de la pista de Circo Price, con Klaus y su
acordeón en el centro, dispuestos a cantar lo que tan bien habían aprendido.
Mientras, miles de niños de los hogares de la urbe madrileña, con
ojos incrédulos, sostenían con las dos manos el mítico chusco con salchicha
que les acababan de dar, y, sin acabar de creérselo, masticaban a dos carrillos.
El travieso azar había dispuesto
que precisamente en ese momento se estableciera un combate sordo entre el arte
hecho canto por un lado y el ávido yantar de las masas por otro, y, como
era de esperar, el condumio salió vencedor. Porque allí nadie escuchaba nada ni
veía nada más allá de sus narices, o de su chusco; una pena, de verdad.
(A estas alturas y bajo la
perspectiva del tiempo pasado, pienso que la mayoría de aquellos “montañeros
circenses” en realidad eran un grupo de privilegiados que apenas tenían
nada que ver con el resto de Auxilio Social: Ni habían estado nunca en un
“hogar”, ni tampoco eran huérfanos de republicanos “caídos” (¡en
tiempo de paz!) por obra y gracia del Invictísimo Carnicero, perdón,
Caudillo, quise decir).
EI Discóbolo
En el HCU habia una estatua: el
Discóbolo de Fidias, que todavía estará encerrado en el cubículo que le
construyeron por entonces, con ventanita y todo para que no se aburriera. Era
un atleta de tamaño natural y en pelotas que presidió la piscina durante tres
años, hasta el verano del 47, en que vino Eva Duarte de Perón acompañada
del Delegado Nacional, Martínez de Tena, quien en su papel de cicerone iba
mostrando orgullosamente a Evita las instalaciones del HCU.
FOTO 3.-
Verano 1960, un servidor (
estaba de visita en el orfe), contemplado una estatuilla en el jardín del
Hogar Ciudad Universitaria. Yo la hubiera hecho más grande, que lo que se
tiene hay que mostrarlo generosamente.
Sin embargo, apenas húbose largado la
egregia visita, cuando apareció una excavadora echando pestes por el tubo de
escape y con ganas de hacer la puñeta. Así que en un visto y no visto se llevó
medio orfe por delante: la piscina, el gimnasio y el campo de hockey. Desde
entonces, la autopista quedó a nuestros pies; el HCU partido por el eje,
y el Discóbolo, condenado a perpetuidad a vegetar en su caseta.
Era tan poco el tiempo transcurrido
desde la inauguración del HCU, que esa malhadada operación destructora
resultaba absurda y de mal efecto. Fue, por asi decirlo, la castración del
edificio mas bello de toda la Ciudad Lineal.
El HCU y sus lujos
Contemplando esta foto hecha en el
hall deI HCU en el año 1960 me admiro del lujo que allí reinaba: A la
izquierda, un piano, que nadie tocaba; en el suelo, una especie de mosaicos
preciosos con incrustaciones de metal dorado; en las paredes, pinturas murales
de motivos históricos pintados por Frank (un alemán más de los muchos a los que
el Delegado Nacional dio cobijo en 1945, y que era el pintor "bon
vivant" de Auxilio Social).
San Seroni y Ernesto, dos vagabundos
presumiendo de millonarios en el hall del HCU en verano de 1960. Hasta
un piano se ve ahí, que naturalmente nadie tocaba. ¡Pero qué delirios de
grandeza tan abstrusos, Sr. Delegado Nacional!
A la vista de esa pintura,
Gimenez Caballero (mi profesor de literatura), en su eterno batallar por los
fueros medievales hubiera exaltado sin duda la escena caballeresca ahí
representada, a pesar de que más parecía el Cid Campeador toreando
en la Plaza de las Ventas. En la foto también se ven lámparas forjadas a mano,
cortinones... En fin, todo de un lujo tan fastuoso como absurdo si se toma como
telón de fondo las dos constantes dominantes en todos aquellos años: el
canguelo y la gusa, o dicho más finamente, el miedo y el hambre.
La sala de música y el aparato de
radio cedido por la Embajada Alemana tras haber perdido la Guerra Mundial.
En todo el tiempo que estuve en el HCU no entré más de una vez en estos
recintos, que, por lo demás, no tenían nada en común con la vida diaria
que hacíamos en los años 1947-52. Qué fea es la foto y qué poco amor le tuve yo
a este ala del edificio.
Otros recintos que no aparecen en la
foto y que apenas se utilizaban, como eran la sala de música, la biblioteca y
el privatísimo y luxurioso estudio de Frank, reflejaban un lujo y una opulencia
tal --en abierta oposición a la realidad que viviamos diariarmente--, que
ponían de manifiesto lo aficionado que era el Delegado Nacional a la fantasmada
grandilocuente a costa de los demás hogares.
Los "SeIeccionados”
Se dice que por aquellos años Franco
ya había resuelto despedirse definitivamente de sus antiguos compañeros de
viaje, los Camaradas de la Vieja Guardia,
quienes en la hora del triunfo franquista habían tenido la oportunidad de meter
a sus hijos en el HCU, mas luego, tras la derrota hitleriana, ya no pintaban
nada.
Así que no es de extrañar que en mi
primera cena en el HCU tuviera como vecinos a un grupo de chicos, hijos de los
llamados Camisas Viejas, quienes por haber suspendido esperaban ser
trasladados, vete a saber adónde.
Inquietos y alborotadores, ocupaban
una de aquellas largas mesas de marmol del comedor (lugar este que por las
noches parecía sumergirse en una luz opaca y triste, a pesar de tantísimos
globos de cristal que lo iluminaban o debieran haber iluminado, que allí
también se ahorraba electricidad). Así que ahí los tenemos, los suspensos, los
réprobos, quienes dado su animado parloteo parecían alegrarse por anticipado
con la perspectiva de tener que usar a diario el martillo y la lima, o el pico
y la pala, que también los había antojadizos.
Pocos
días después, en operación callada y suave, desaparecieron para siempre
del HCU. Para muchos de los expulsados, sensibles e inteligentes, ese acto de
barbarie fascistoide significó una tragedia. Sin embargo, se había hecho hueco,
que es de lo que se trataba.
Esta foto hecha desde la terraza del
HCU nos muestra todo lo que la construcción de la Autopista se llevó por
delante: La piscina, el gimnasio con los aparatos de entrenamiento, la bonita
pérgola, el campo de hockey y el contacto casi directo con la “Casa de los
Mineros” , Villa Guitart (otra villa incautada por Falange). A
continuación de esta villa se ve el edificio principal de Alto de los
Leones, y a la izquierda, el pabellón de las mujeres (donde estuve
haciendo el nudo de la corbata a una guapona), y al fondo, las clases. Año
1945.
¿Pero cuál fue el motivo de que año
tras año suspendieran a tantos alumnos que estaban mucho más cerca de ser un
Séneca que un Abundio (el que fue a vendimiar y se llevó uvas de postre)?¿Había
detrás de esa criba anual quizá un propósito inconfesable? Inconfesable sí,
pero necesario.
Porque hay que considerar que “Ciudad Universitaria” era más que nada la burbuja propagandística mejor lograda de Auxilio Social, que a la sazón, desgraciadamente, ya no daba cabida a ningún alumno más. Mejor dicho, el presupuesto no daba para más, motivo por el que el hogar no llegó a llenarse nunca; y sin embargo, paradójicamente, siempre sobraban algunos. (Por lo visto este sistema de aparentar y no cumplir era “standard” en Auxilio Social, como lo demuestra el “Hogar Sierra de Alcubierre”, en Zaragoza, donde 60 chicos estudiaban comercio, habiendo plazas para 120, que nunca llegaron a cubrirse).
¿Qué hacer, pues, para que el
orfe pudiera seguir siendo la tierra de promisión para miles de niños de los
hogares o de los participantes al Concurso Catequístico que se celebraba cada
año y en el que los vencedores tenían derecho a una plaza? Pues muy
sencillo: diezmar las filas para hacer hueco; establecer un principio de
rotación, caiga el que caiga.
De ahi, creo yo, la falta absoluta de
control en el instituto, sin nadie que se preocupara de comprobar las notas y
las asistencias. Si lo hubieran hecho, seguro que no hubieran suspendido a
ninguno, con lo que el HCU hubiera estado abarrotado desde el principio, sin
posibilidad de admitir a nadie más.
Cada día, a las nueve de la mañana, el
chófer Carlos paraba el ómnibus (denominación elegante y algo anticuada que
usábamos en lugar de autobús) ante la puerta del Instituto Cardenal Cisneros, y una
"piojada" diezañera, con mucha hambre y poca experiencia, se apeaba
del autobús, respirando a fondo el aire cargado de promesas insinuantes
de las calles de Madrid. Exigir que esos pipiolos transpusieran diaria y
voluntariamente el triste umbral del instituto, donde lo primero que veían al
entrar en él era el tabuco oscuro del portero, alumbrado con una vela por culpa de las
restricciones, eso, ¡vive Dios!, fuera pedir demasiado. Además como
D. Julián, el celador del HCU, según acuerdo tácito jamás apareció por allí
para controlar las notas y las asistencias, no es de extrañar que docenas
y docenas de promesas fallidas no pasaran, todo lo más, del quinto de
bachillerato.
FOTO 7.-
Si comparamos esta foto con la
anterior podemos apreciar el descalabro tan descomunal que sufrió el HCU con la
construcción de la Autopista una vez que la excavadora llegó a sus dominios.
Aquí a la izquierda está el Hotel Guitart , que se salvó por un pelo. Un poco
más abajo, sin embargo, grande fue la desgracia: la excavadora se llevó por
delante una de las villas más bellas de la Ciudad Lineal: Villa Clara, de un
magistrado.
Sí, qué duda cabe; el orfe era un
Belén donde reinaba la esquizofrenia, y el Sumo Sacerdote era Tena, el Delegado
Nacional. Menos mal que en el fondo era un hombre bonachón, que si llega
a ser malo... Dionisio Ridruejo dice de él: "el abogado Martínez de
Tena, que había sido eminencia gris de la falange...” ¡Pues qué bien! La misma
eminencia gris que había nombrado director del HCU --¡un colegio
universitario!-- a un tal Hans Lambert, un alemán ignorantón que ni
siquiera dominaba el español.
Para mí Tena fue ante todo un inconsciente y un irresponsable -- por decirlo de manera suave--, que en ningún momento supo realmente hacerse cargo de la situación en que se encontraban la mayor parte de los niños a su cargo, en su mayoría huérfanos.
En 1948 el Delegado estuvo en un tris de ser destituido (por orden de Franco) por mal empleo de los fondos de AS: Demasiado lujo en el HCU, y gran penuria en el resto de los hogares. Fue una denuncia de la jefe del Departamento de la Madre y el Niño de la Delegación Nacional.
EI Instituto Ramiro de Maeztu
Fue en este instituto donde hice el ingreso de bachillerato. El día del exámen escrito, Magariños, el jefe de estudios, me ordenó sentarme al final de la clase por haber hecho una pregunta al niño sentado a mi lado mientras él nos dictaba un trozo del Quijote. Magariños era una auténtica institución en el Ramiro. Buen pedagogo y también muy severo, fue merecidamente honrado por promociones posteriores por su labor pedagógica de tantos años.
Entrada lateral del HCU. Contemplando
esa arquitectura tan suntuosa parece mentira, pero lo cierto es que la casa
vecina era un establo de vacas, cuyos inquilinos (las vacas) nos meaban sin
respeto alguno el muro de separación, hasta que lo arruinaron. Si se llega a
enterar Franco...
Las instalaciones del Ramiro eran
espléndidas, si bien las aulas propiamente dichas, pequeñas y habilitadas con
un mobiliario moderno y vulgar, no podían competir con las aulas del Cardenal
Cisneros, grandiosas y de sabor tan antiguo. Por otro lado, el Maeztu tenía una
magnífica sala de cine en la que cientos de gruesos clavos de metal dorado
adornaban la pared, dándole visos de lujo y riqueza. Además, la piscina con
los trampolines; el aparcadero de bicicletas, cada una colgada al lado de las
otras, así, como si tal cosa, niqueladas y de la marca Orbea... Cuando
por primera vez vi aquel emporio, recuerdo que me quedé con la boca abierta.
Y por último, el enorme campo de deportes, en el que en agosto del 46, el instituto, en ofrenda de acatamiento y pleitesía a su querido Caudillo, le dedicó una tabla de gimnasia y las siglas del Victor sobre la hierba, en camiseta y calzoncillos. Y yo, que por aquel entonces era tambor en la banda del Hogar Alto de los Leones y nos habían llevado allí a dar la murga, recibí en la tribuna con bombo y platillo al señor ese, de presencia más bien vulgar y afeminada, que en una tarde del 39, en la hora amable del café, entre sorbo y sorbete y con un simple trazo de su famosa estilográfica me dejó huérfano para toda la eternidad.
Poco después se quiso evitar el pagar una matricula tan cara, o quizá fuera el temor a que la muchachada orfeña inundara parajes tan finos. Como quiera que fuere, el caso es que nos transladaron la matrícula al Instituto Cardenal Cisneros, con los proletarios.
Año 1955, equipo de hockey del hogar, lo que
le permitía codearse con los chicos “pera” del Hockey Club Casa de
Campo. En mi opinión, una chaladura más del Delegado Nacional. En el grupo hay
de todo: Cuatro o cinco que ya se han muerto; un maricón (por lo menos); un pedantón
alemán , una chica (Carmen Pino, (hola guapa)), que escribió sus Memorias
en el Hogar María de Molina (el hogar de estudios de las hembras); el
mejor portero de hockey de España... Pero en general, como el resto del HCU,
todo muy mediocre.
Los alumnos del Maeztu eran niños
finos que tenían pluma estilográfica en el bolsillo y cartera de cuero a la
espalda. Además olían a jabón de Heno de Pravia y a bocata de jamón serrano.
Eran niños que irradiaban la alegria y felicidad del que se mueve en un mundo
cómodo y cálido, sin dolor, rodeados de cosas bellas y bien alimentados, en el
que además abundaban los libros y las bicicletas. Y como nada les faltaba,
hasta tenían un papá que les llevaba en auto, como el Hassán II, que llegaba al
Ramiro todas las mañanas en su cochazo negro.
Además en verano se íban durante
tres meses a la Concha o a Laredo, y una vez empezado el curso, los fines de
semana, se citaban en el Cine Colón. Sus mamás eran bellas, limpias,
elegantemente vestidas y olían a Chanel 5. A la vista de tanta gloria, ganas le
daban a uno de ser un niño del Ramiro de Maeztu, pero no de los que planchaban
los pantalones del domingo metiéndolos debajo del colchón --que tambíen los
había--, sino de aquellos otros que, el dia de mi ingreso, con tal gracia y tan
seguros de sí mismos saltaban del trampolín de la piscina, o jugaban al
baloncesto en la cancha del instituto, al tanto que un grupo de admiradoras, de
"niñas bien" vestidas al desgaire con finas galas, les animaban
desde la banda con sus grititos comedidos: “¡Oh, Javier, qué intrépido eres!”
Ahí te dejo, Ramiro de Maeztu, con tu
caudillo protector montado en su penco a la entrada del Instituto, que yo,
ahora, me marcho a barrios más castizos.
El Instituto Cardenal CisnEros
A la salida del metro de Noviciado, pegado a la Universidad Central, se encontraba el Instituto, en la calle de los Reyes –“la Calle sin Sol”, como la habíamos bautizado-. El inmueble, seguramente edificado varios siglos antes, era un vetusto y venerable caserón, cuyos muros de granito --más propios de una fortaleza que de un centro docente-- conservaban la salmodia del diario declinar en latín y el eco de las voces infantiles de los pipiolos.
Durante muchos años había sido
seminario, de lo que daba testimonio la espléndida escalera de marmol con la
vidriera redonda, polícroma, en lo alto de la misma. También pertenecía al
instituto un patio de recreo y deportes, abandonado y sin utilidad alguna, que
sólo pisamos una vez para ser fotografiados en grupo al comienzo del primer
curso.
FOTO
10.-
Primer curso, septiembre 1947, patio de deportes
(fuera de uso) en el Instituto Cardenal Cisneros. El autor de esta historieta -–Ernesto
Fernández-- está sentado en el extremo derecho del banco, sin abrigo,
desnutrido, serio y soñando con el Gordo de Navidad.
De los orfeños del Auxilio Social, 18 fueron
los llamados y sólo cinco los escogidos (los aprobados). Y es que el sistema de
autoeliminación funcionó con la fidelidad prevista y deseada, ya que había
muchos otros esperando para ingresar. ¡Mi felicitación, Sr. Delegado Nacional!
Entrar en un aula del Cisneros era
como volver a pisar el siglo XIX. La de ciencias, por ejemplo, tenía sobre el
alto dintel de la puerta un letrero de esmalte, estrecho y alargado, que decía:
“Aula n° XIII”, así, en números romanos. Sus ventanales, también muy altos,
daban a un patio sin vida, no nos fuera a distraer. Cada banco mostraba en el
respaldo cuatro placas ovaladas de esmalte blanco con el número de cada uno
–cien en total, tantos como éramos en primero, y que era la capacidad del
aula--, lo que permitía al profesor comprobar de un vistazo si faltaba alguno.
El suelo de gastadas tablas de madera,
escalonado y ascendiente, multiplicaba el ruido de los pasos del
alumno solicitado a la pizarra o a la tarima. El singular brillo de los
bancos, producto del roce de cientos de traseros envueltos en honrada pana,
estaba en contraste con las feas muescas que mostraban los pupitres, obra sin
arte salida de la navaja de algún alumno aburrido en tarde de invierno. En la
pared del fondo se encontraba el reloj --grande, exagonal y con cifras
romanas--, que tantas veces atrajo nuestra mirada anhelante poco antes de que
sonara el timbre, estridente y jubiloso, dando la hora en el pasillo.
A la entrada de la clase, en lo alto
de la pared --el aula tenía unos cinco metros de altura--, estaban fijas unas
láminas que rezaban: "Periodisches System der Elemente von
Mendelejew"; y otra más: ”Poliedros regulares: tetraedro, dodecaedro,
etc.”, y al no saber de qué iba y no tener a quién preguntar, esas láminas me
parecian enigmáticas e inquietantes.
FOTO 11.-
A la derecha, la enfermería y el
balcón donde el día de la inauguración apareció Franco impartiendo bendiciones.
Sin embargo, lo que más llamaba la
atención nada más entrar en el aula era el estrado, con la tarima de
madera, amplia y elevada, a la que se subía por dos escaleritas laterales. En
el centro de la misma se encontraba la mesa del profesor, larguísima y con tres
sillones de recio cuero. Circundaba la tarima una barandilla de hierro
forjado, tan alta como la mesa, y detrás de la mesa, en la pared, estaban las
vitrinas, llenas de instrumentos polvorientos del año en que se descubrió la
electricidad: Bobinas eléctricas, gordas como porras; voltímetros de a kilo y
balanzas exactas de poco fiar. Todo aquello era muy antiguo y más viejo que la
tos.
No obstante, algo mágico tenía ese ambiente vetusto y venerable, que además de informar el espíritu del alumno, le iba transmitiendo, año tras año, la solera intelectual y el indispensable amor al estudio.
Los
catedráticos del Cardenal Cisneros
Vivat
academia, vivant professores!
Los catedráticos del instituto
Cisneros se caracterizaban por dos cosas: por su enorme saber y porque eran muy
viejos. Y yo, hoy que he alcanzado su edad, ¡cuánto cariño siento por ellos!
Esos hombres, tan sabios y a menudo por las nubes, con apodos crueles y
excentricidades grotescas, eran los últimos representantes de una especie
condenada a desaparecer.
Su más egregio representante era el de
latín, Vicente García de Diego, que aunque Bibliotecario Perpetuo de la Real
Academia Española, para nosotros --indoctos pipiolos-- no dejaba de ser
"Mito". Frase típica suya: "!Es Vd. un burro. Nos pasamos el día
hablando latín, así: de ager, agri: el agricultor; de campus, campi: el campo.
Siéntese; un cero!"
Don Ernesto Giménez Caballero, mi
profesor de literatura en el Instituto Cardenal Cisneros. A su lado, Gloria, la
mujer de Dionisio Ridruejo. Acostumbraba a venir cada día al instituto con esa
cartera en la mano, que era la expresión visual de un rito invariable y
tranquilizante. Nunca nos recomendó un libro para leer; seguramente
porque se pensaba con razón que no teníamos un duro para tales gollerías. Así que nos conformábamos
con recitar El Mío Cid, la Égloga Carnaval y la Cantiga de Serrana, que tanto
me gustaba.
El profe de literatura era el
archiconocido Ernesto Giménez Caballero, que era exaltado, entusiasta y
fantaseador, aunque también realista, ya que poseía una de las imprentas más
importantes de Madrid. Hizo mucho por la literatura moderna (fundador de La
Gaceta Literaria), por el documental de cine y por la obra pedagógica.
Infaustamente, también fue el artífice
de cosas tan estrambóticas como ese galimatías de "Por el Imperio hacia
Dios" y similares.
El que identificara la estilográfica
de Franco con el falo del mismo también pasó a la historia. No obstante, era un
profesor bondadoso que jamás suspendió a nadie. Su manera de organizar la clase
en plan de torneo medieval se hizo legendaria. Desgraciadamente, muy pocos
--quizá ninguno-- llegó a calar en la enorme oportunidad que tuvimos de
estudiar a fondo toda la literatura española y europea con su libro de texto,
tan erudito.
Franco, con ese alma tan roma que
tenía, no podía entender a los poetas y soñadores como Dionisio Ridruejo y
Giménez Caballero (aunque ambos hayan sido en su tiempo dos “fachas” de
órdago); de modo que envió al primero al destierro, y al segundo, de
embajador a la embajada más lejana que tenía, al Perú.
FOTO 13.-
La piscina del hogar, año 1944. No
parece que hiciera mucho calor, pues esos calzonazos se lo están pensando mucho
antes de tirarse al agua.
El de francés en primero era el Padre
Peinado, un anciano de manos temblorosas. Su clase era por las tardes, y cuando
el rumor de voces subía más de la cuenta, levantaba el brazo y agitando en el
aire la lista enrollada gritaba algo que nosotros entendíamos como
"con la lista" , o sea, al que hable alto le daré con la lista. Mucho
después entendímos lo que quería decir, "con la vista", no en voz
alta. Anécdota pija, pero divertida para mí.
A partir de segundo tuvimos en francés a Manuel del Palacio Chevalier, más conocido por "Cubillo", excelente en ambos idiomas. Alto, seco, de mejillas chupadas y muy tieso, marchaba por los pasillos cual dolorida caricatura, atrayéndose la mofa despiadada de la manada estudiantil.
Veamos ahora a través de una escena
real durante la clase de francés la candidez del profe en diálogo con un alumno
del HCU (Hogar Ciudad Universitaria, donde estaba yo):
--El alumno Carrascal Redondo:
"Sr. profesor, me he caído y me he hecho mal en un pie”.
--Profesor: "Palabra de falangista, más o menos caballero, es siempre palabra de falangista. El Sr. Redondo ha sufrido un accidente; llévenlo entre dos a la casa de socorro y si no pueden, llévenlo a pulso" Y conteniendo a duras penas la risa estos pícaros se escaparon a tomar el sol.
--Profesor: "Palabra de falangista, más o menos caballero, es siempre palabra de falangista. El Sr. Redondo ha sufrido un accidente; llévenlo entre dos a la casa de socorro y si no pueden, llévenlo a pulso" Y conteniendo a duras penas la risa estos pícaros se escaparon a tomar el sol.
Claro que en abono del profe hay
que decir que tanto él como la mayor parte de los otros catedráticos del
instituto habían escrito los libros de texto que usábamos.
FOTO 14.-
El orfe desplegaba todo su esplendor
en verano, con los toldos verdes bajados y las barandas y puertas
también verdes sobre un fondo blanco deslumbrador. A pesar de faltar algunos
detalles, esta foto también me gusta, por eso la he puesto aquí.
Los otros catedráticos eran: Fiteras,
de matemáticas, el de los "castillos" cuando explicaba los quebrados (yo los veía por primera vez).
Don Agustín, de ciencias; seguramente
era el único catedrático en toda España que aparecía en clase con el birrete y
la borla de color. Cada vez que mencionaba a un científico extranjero
--generalmente era un alemán--, corría a la pizarra a escribir el nombre, del
todo ininteligible para nosotros.
Le siguió Espona, un profe
"bueno", de los que no suspenden.
Tolsada, de literatura; calificaba de manera tan hiperbólica que lo mismo te endiñaba 5 ceros de una vez que un 10 al cubo.
El de dibujo, "Moquillo":
"Hay que sacar la punta exagerada, de dos ctms.”
Doña Juliana, de geografia e historia, que me
puso un cero por no saber las partes de la Historia (hay que ver, a mi edad y todavía
continuo sin saberlo...)
Y aquel sadista, “Cachimba”, el de geografía, gordinflón y untoso, que con una mueca sardónica nos decía: "Haceis ruido poque teneis hambre; sí, ya veo que no habeis comido", y flores parecidas.
El profesor de gimnasia, del pueblo de
Serrano, que gracias a su intervención evitó que le suspendieran, pues Serrano
clamaba: "¡Que me echan!”
El de matemáticas, con una hija pipuda
con la que hacíamos las prácticas de química. Cada vez que sonaba el
timbre de salida decía él: "¡Ahora más silencio que nunca!", y golpeando
la mesa con la mano, se salpicaba de tinta.
"Centella" y "El
Niño", también de matemáticas; este último, con una luenga barba
blanca.
FOTO 15.-
En la creencia de que iba a ganar el
Premio Nobel de Arte, en agosto de 1960 hice esta foto de la Autopista de
Barajas con la genialidad de esas dos bolas en primer plano. Es el Puente de la
CEA, la cual queda a la derecha; y a la espalda del fotógrafo, una vez
atravesadas las vías, está el HCU.
El de griego, "Neanias" (el
joven, en griego), pues sólo tenía unos treinta y tantos años; en comparación
con los otros catedráticos, un pibe. ¡Ay, Neanias!,
instrumento del Destino. Su chivatazo de que faltaba a clase provocó
mi expulsión fulminante, a punto de terminar el quinto curso (en los
cuatro cursos anteriores no me habían suspendido ni una sola vez; nota
media: notable). Cuando se enteró de las consecuencias, se quedó consternado,
convencido como estoy de que en realidad sólo quería ayudarme. (El origen de mi
“malheur” era que había llegado a la pubertad con sus problemas, y yo, ni zorra
idea de qué era aquello, y sin nadie a quien preguntar).
Miss Orfelia, de inglés; una inglesa
preciosa con un coche topolino. En navidades llevaba una gramola de manivela y
villancicos ingleses.
Alexandre, el de física y química, me
echó de clase por reirme cuando explicaba la electricidad estática y había
dibujado unas bolitas que pendían de un cilindro que a mí me recordaba a un
pene. ¿Por qué no consideraría que yo estaba en plena pubertad?
Y por último, el de filosofía, Sr.
Alegre, con quien impulsado por una extraña corazonada me lancé a hacer el test
de montar un manubrio con dos émbolos, y dado el tiempo que empleé me dijo:
"Vd. no valdría para mecánico." Si me llega a ver algo mas tarde en
Alemania montando motores como una fiera...
Los Alumnos del Cardenal Cisneros
Casi todos los alumnos del Cisneros
eran hijos de trabajadores o de sencillos empleados, por eso no es de extrañar
que allí ninguno fuera nunca en coche, ni siquiera en bicicleta (¿dónde la
hubiera aparcado?), y solamente dos hermanos --muy espigados los dos-- llevaban
cartera de cuero a la espalda; los demás, carpetas de cartón. De todos modos,
los hubo con suerte: Pereda, por ejemplo, que tenía como vecino de banco a
Pato, chico fino y por lo visto acomodado, quien todos los días le daba el
bocadillo que traía de casa.
Algunos profesores pasaban
lista, y todavia resuena en mis oidos la cantinela diaria de "...Falla
Ramos, Fernández Agudo, Fernández Fernández...”
Sobre el campo de “Villa Tinuca” y con
el HCU de fondo se han fotografiado Federico Aceitero y Elías García. Éste,
pocos años antes, al intentar dormir en una de aquellas camitas del Hogar Alto
de los Leones, donde estuvo una semana, las guardadoras se santiguaban y gritaban: -No cabe en la cama,
¡si es un hombre...!
-Federico, ese huracán, vital y
extrovertido, quien poco antes de irse para siempre a navegar por el
Cosmos sin límites (era marino mercante) estuvo recogiendo con mi ayuda
los papeles del recuerdo.
En 1947 la promoción venida del Hogar Alto de los Leones, éramos los siguientes:
Ernesto Fernández, el menda; ya ha
sido mencionado más de un vez. Sigamos.
Carlos Retuerce: no estuvo antes en
los hogares. Ingresó en el HCU por haberse aprendido el Catecismo Ripalda
de memoria. Hizo dos cursos en uno y en sexto le expulsaron. Una manera
estúpida de tirar el dinero del Presupuesto, por parte del Director.
Elías García: no sé si también se tuvo
que aprender el Ripalda de memoria, pero el caso es que vino junto con Carlos.
Buen pelotari y aunque apenas mayor que yo, mucho más maduro. Venía del campo;
se propuso llegar -y llegó. En un exámen de matemáticas con
"Centella" resolvió un problema mejor que el resto de la clase. No es
que hubiera abierto nuevos cauces a la Teoria de la Relatividad, pero fue un
detalle. No fueron sus notas --que no estaban mal-- lo que le dieron la fama de
sabio, sino su manera de ser callada, que el silencio impone mucho.
Juan Pablo Deike: hizo el ingreso con nosotros en el Ramiro y alli se quedó, ya que tenía medios de sobra. Había cometido un pecadillo bastante rastrero y le expulsaron del HCU.
Juan Pablo Deike: hizo el ingreso con nosotros en el Ramiro y alli se quedó, ya que tenía medios de sobra. Había cometido un pecadillo bastante rastrero y le expulsaron del HCU.
FOTO 17.-
Octubre de 1943. El Hogar Ciudad
Universitaria a punto de ser inaugurado. La flora todavía no ha tenido tiempo
de desarrollarse y está pero que muy canija.
Los del Hogar Francisco Pizarro eran:
Pedro del Arco: Vivía en la Calle de
San Bernardo y podía visitar a su madre todos los días.
Urbano Alonso: una auténtica
ardilla, dotado de una inteligencia moderna y pronta que le permitía irse
conmigo a la Casa de Campo a coger bellotas y luego pasar los cursos con toda
facilidad. Fue también mi compañero de juegos en incontables horas en los Jardines
de Palacio. Muchos años después, se había olvidado voluntariamente de aquellas horas tan bellas. Era catedrático y quizá se avergonzaba de haber sido niño. Pobrecillo.
Fausto Canales: El empollón (con
razón) por miedo. Sacaba muy buenas notas.
Miguel Moya: No era su fuerte la nota
humorística, sin embargo, chico de fiar.
Francisco Serrano: Hipersensible y
débil, que no obstante no ser un lumbreras llegó a ser médico de talla. ¡Bravo,
Serrano! Por un verano fue mi compinche robaperas, allá por los pinares de
Chamartín.
Año 1949, Don Julián (el Machote) con
tres alumnos –uno de ellos lleva puesta la camisa azul-- en el comedor. Al
principio las mesas eran alargadas. En la parte superior del ventano más tarde
pusieron un letrero con letras de metal en relieve que decía: “ Office”.
El crucifijo me parece que no se mantuvo. Alumnos: X, Federico Aceitero, Miguel
Armengoz.
Miguel Cerrada: Vulgarote y tal, pero
excelente muchacho. Amante de la lucha grecorromana. Tenia aficion a escribir
novelas (“El misterio de la muela de oro”). Fue doloroso ser testigo de la
caida de ese fortachón con alma de niño.
Antonio López: figura alargada y
elegante, sobre todo con el abrigo azul que teníamos de uniforme, prenda que
odiábamos tan absurdamente. Él y Cerrada íban juntos a menudo y entonces era yo
la víctima de sus bromas.
Por último, Sánchez Lorenzo, quien
fue, por así decirlo, un orfeño de lujo, que vino diréctamente de su casa, tras la
muerte de su padre, que había sido guardia civil. Un día, leyendo el ensayo
"Mirabeau o el Político", por asociación remota me acordé de él;
decía: "Su voz de fuerza cósmica anuncia el juicio final del antiguo
régimen. Tiene cuarenta años. Es un gigante obeso, con el rostro picado de
viruelas"
En las prácticas de química, formaba
equipo con Retuerce, quienes consiguieron obtener unos cristales más gruesos
que los demás. Claro, como que tenían el catalizador más gordo de todos. !Ay!,
esos últimos recuerdos, poco antes de que cayera la guillotina afeitándome el
cuello...
Los distintos modos de ingresar en el
HCU
Antes de que en el año 39 se le
pusiera el nombre de Ciudad Universitaria, el HCU se llamaba Villa Tinuca,
nombre íntimo y enamorado que le había puesto su último dueño, un republicano,
antes de "cedérsela voluntariamente" a Auxilio Social y salir huyendo
a Francia a uña de caballo. La nueva denominación extraña un poco, ya que allí
no estudiaba todavía nadie y además, si de lo que se trataba era de glorificar
algo hay que decir que los únicos que en el frente de la Ciudad Universitaria
se cubrieron de gloria fueron las Brigadas Internacionales, al detener
definitivamente el avance de Franco hacia Madrid.
El nuevo HCU
--magníficamente reedificado-- se inauguró a finales del año 43.
¿Cuáles fueron los criterios
para ingresar en el HCU? Los más dispares y también los más absurdos. Algunos
ingresaban porque eran los más listos en el hogar de origen; la mayoría por haber
ganado el Concurso de Catecismo (fuera de los hogares); algunos por el mero
hecho de ser alemanes; y los mas exquisitos, por ser los más guapos, los
"mimados" o "jamados" de las maestras.
También los había que no venían de
otro hogar, sino de sus casas, es decir, super recomendados. Y por último,
los había que aún siendo bastante mayores los pusieron a estudiar
simplemente porque ya estaban ahi, en el HCU, cuando lo inauguraron. Pero estos
últimos, al haber ingresado en el 39 y con 16 años hay que suponer que eran de
“derechas de toda la vida”.
En realidad, la intención que hubo al
principio fue la de poner a estudiar a algunos niños, hijos de republicanos
que habían perdido la guerra. Pero claro, eso no fue más que un chiste de Gila,
habiendo tanto facha recomendao y tanto meapila farisíaco deseando exáctamente
eso, una plaza en el HCU. Así que al final eran la inmensa
mayoría.
Parroquia de San Juan Bautista, boda
de mi maestra, la del “Hogar Alto de los Leones”, Berta (Señor, qué cúmulo
de ignorancia) y Don Aurelio (de “Nazaret”). Yo acabo de ingresar en el
HCU y soy el chico de la derecha, de doce años y medio, con pantalones cortos,
rostro inteligente, pecho raquítico y sonrisa “ à la Gioconda”.
En las manos tengo el último tebeo de
Roberto Alcázar y Pedrín; además voy pertrechado con un escapulario de la
Virgen del Carmen y una medalla de la Virgen del Pilar para que me ayudaran a
no pecar contra el sexto mandamiento –otro no había-, que aun cuando lo
teníamos continuamente en la cabeza paradójicamente nunca lo nombrábamos por su
nombre –no fornicar-, y si lo hacíamos parecía que decías una
palabrota.
A mi lado se encuentra Maruja,
la directora del Hogar Alto de los Leones, una de esas “jamonas” a la
antigua usanza, de presencia burguesa, barroca y con muchos refajos de
seda negra aromando a incienso de Misa Mayor y a cama sin hacer. A menudo
--sin darse cuenta, por supuesto-- se sentaba delante de mí en posición harto
descocada (hoy día que tanto se ha envilecido la lengua se diría “esparrancá”),
y yo, olvidando mi pureza y buenos propósitos, me quedaba absorto... con la
mirada perdida entre sus ligas.
Ahí vemos también a Don Julián (el
“machote”), Ramón Armengoz y a Don Josemaría, director del Hogar Pizarro, con la cara de mala leche de siempre.
En la última fila, a la derecha, vemos una pantera escapada de algún parque zoológico de lujo, que estuvo en Leones durante tres meses haciendo el Servicio Social. Aunque hacían el mismo trabajo que el resto de las guardadoras, estas chicas del Servicio Social destacaban tanto físicamente como en todo lo demás. Hasta las había que eran nobles, como la Sta. Charito, por ejemplo, que era marquesa. A mí, sin embargo, esta pantera de que hablo sin ser marquesa me gustaba más... por guapa. Agosto, 1947. (Para ver bien esta interesante foto, amplíese con el Zoom).
Ahora voy a hacer una reseña de cómo
ingresamos los de Alto de los Leones.
En
el verano del año 1946, Talayero, Inspector Nacional de Enseñanza Primaria de Auxilio Social,
se presentó en A. de los Leones, y en presencia de la directora (Maruja
Hidalgo) y de mi maestra (Berta) me hizo un pequeño exámen. Me preguntó la
tabla de multiplicar y a continuación qué cuántos lados tenía un pentágono. Yo
que en mi vida había oído esa palabra, después de vacilar un momente le dije
que ocho, por decir un número. Peor hubiera sido que le hubiese dicho veinte.
Así que este buen señor, tan incompetente como el resto, dándome un cachecito
paternal en el rostro me dijo que todavía era muy joven para ingresar, eso que
ya tenía 11 años bien cumplidos.
Mi maestra ni se sonrojó ante mi
fracaso --que era el suyo-- quizá para que nadie notara que ella tampoco sabía
la contestación correcta, pues carecía del título.
Al año siguiente, no sé si Talayero se
había muerto, si le habían destituido o quizás me había olvidado, el caso
es que sin su mediación aprobé el exámen de ingreso en el Ramiro de Maeztu, aun
cuando continuaba sin saber lo del pentágono. ¡Pero qué pésimamente nos
prepararon aquellas maestras, que de tales no tenían más que la denominación!
En Alto de los Leones, lugar donde
reinaba la incultura aderezada con Flores a Maria, me pusieron a estudiar
porque era "el que más sabía",
es decir, el famoso tuerto en el país de los ciegos, por lo que para chincharme
me llamaban ”maestro", y yo --tonto de mí-- en lugar de sentirme halagado,
me cabreaba. Pero no hay que engañarse, que todo mi acervo cultural acumulado
en siete largos años de clase por la mañana y por la tarde, incluso los
sábados, se reducía a saber las cuatro reglas y a leer y escribir con muchas
faltas de ortografía, pues jamás hicimos un dictado, todo aprendido de una
manera burda y de memorieta.
Aquí tenemos a los “matrículas de
honor” de 1949, auténticos “superdotados” –como decían Franco y su prensa-, que
sacaban las matrículas de honor a destajo. Más tarde, la Vida se pasaba por los
cataplines esas proezas infantiles, y a fin de que las aguas volvieran a
su cauce convertía a más de uno de estos empollones en un vulgar
chupatintas de la Administración.
Las libros que había tenido eran
escasísimos (¡con la sed que tenía de lecturas!): Los libros de Talayero
"Sentir" y "Pensar", editados por Afrodisio Aguado (la
editorial de Auxilio Social), que rezumaban ejemplaridad pedagógica; también
"Así son nuestros Niños" , los de derechas, claro, no los otros:
golfillos con sangre roja en las venas.
Además, tebeos, muchos tebeos: Los del
Guerrero deI Antifaz, de Roberto Alcázar y Pedrín; las Azañas Bélicas, y de
mucho antes Flechas y Pelayos, Maravillas, Cebollita y Rabanito, etc. Los
mejores, sin duda, eran los que venían de América: Tarzán, El Hombre
Enmascarado, Ciclón, El Doctor Cicuta, y Merlín, entre otros. Y por último los
libros con los que más disfruté: "Las Aventuras de Sandokan",
",Aventuras de Guillermo" y "Los Apuros de Guillermo",
libros que me prestaron los hermanos Deike, alemanes, quienes por suerte para
mí también estaban allí, así como los hermanos Junkermann.
Pero los alemanes jugaban, por decirlo
de alguna manera, en otra liga: lo sabían todo (sería porque salían a casa cada
fin de semana; el resto de los niños, una vez al año; y unos pocos como yo, una vez cada siete años). A través de ellos supe
por primera vez lo que era un prisma, un bolígrafo, una cámara obscura (qué
decepción cuando la abrí y vi que estaba vacía); una linterna militar de tres
colores y algunas cosas más. Dado el encierro en que vivíamos –dentro de la
“jaula” de hormigón-- no es de extrañar mi ignorancia. Antes de cerrar mi
parcela diré que en mi clase la gramática y la geometría eran tierra ignota,
un tabú, mientras que la Historia Sagrada nos la sabíamos de memoria.
FOTO 21.-
Hogar Alto de los Leones, año 1951.
Quizá más tarde pongan a estudiar a alguno de estos chicos. Pero entonces, ¿en
qué estado de ánimo llegarán al instituto? Porque no hay más que verlos
transportando al Niño Jesús en andas, cabreados, aburridos y con el
instructor al lado. Y dirigiendo la magna operación, la Directora, que además
estaba bien gordita.
Carlos Retuerce no estuvo en Alto de los
Leones más que dos semanas –lo suficiente para que luego, en el HCU, se pudiera
decir a los visitantes: “Sí, vienen de los hogares”, cuando en realidad venían
de sus casas, habiendo hecho el ingreso por haber ganado un concurso organizado por su
parroquia. La prueba consistia en aprenderse de memoria el Catecismo Ripalda.
Así que ya tenemos a nuestro beato Retuerce junto conmigo y Elías
dispuestos a incorporarnos a la "piojada" del HCU.
Elías García, otro de los del Catecismo,
sólo estuvo una semana en Leones. Había llegado directamente de un
pueblo de Ávila, vestido de pana y con los bolsillos llenos de nueces, pero
también con una madurez de espíritu por encima de lo común. No querían ponerle
a estudiar porque ya estaba muy desarrollado y no cabía en la cama. Las
guardadoras, alarmadísimas y muy alteradas, exclamaban "¡pero si es un
hombre!"... Pero él, que sabía perfectamente lo que quería y lo que valía,
se presentó llorando ante la directora con el ruego de se le permitiera
estudiar, a lo que ella accedió.
El último del grupo de Leones fue Juan Pablo
Deike, quien por el hecho de ser hijo de alemanes --como todos los otros
también-- tenía garantizado el Ingreso.
Grupo de niños “superdotados” --
según la prensa franquista--, que han ganado el Concurso Nacional
de Catecismo en 1946 al haberse aprendido el catecismo Ripalda de
memoria. ¡Pero qué monstruosidad, tío! Ello les daba derecho a estudiar
en el “Hogar Ciudad Universitaria” .
El primero de la derecha es V.
Niño, con aire de “a ver, ¡otro saco más!”. A su lado se encuentra Serrano, muy
obediente y muy formal, que eso también ayuda mucho en la vida a falta de otros
recursos. En el centro, Urbano, el más listo y alegre del grupo. Luego viene
Canales, intentando introducir la moda “pardales” en Madrid sin conseguirlo. A
su lado, un chaval desconocido que ya sueña con un puesto en un consejo de
administración y se ha puesto una corbata.
Las chicas al fondo --¡condenación, yo
las recordaba más guapas!-- también se han aprendido el catecismo de memoria,
lo que garantizaba su habilidad para poner inyecciones en el popó como
enfermeras o para enseñar como maestras el abecedario a los niños.
Hay un grupo que ingresó en el HCU de una
manera especial: el que procedía no de otro hogar o de un concurso de
catecismo, sino que eran --por decirlo en nuestra jerga de entonces--
"chicos de la calle", es decir que habían pasado directamente de sus
casas al HCU, en su mayor parte gracias a influencias o a alguna
recomendación “facha” (no creo que entre ellos hubiera ni un solo hijo de
republicano). A estos afortunados yo les llamaba "orfeños de lujo", que, por suerte para ellos no llegarían nunca a comprender más que
superficialmente la tragedia que supuso el haber sido un “acogido” de la Obra
de Auxilio Social.
“Del monte en la ladera...”. Sí, en la
ladera de los Cotos, junto a "La Casita”, sobre mullido cesped, sentáronse
entonces Elías, Víctor, Romera, Enguídanos, J. Sanz, Molla y dos o tres nombres
más que he olvidado, así como dos que intencionadamente paso por alto.
Otro que ingresó en condiciones parecidas fue
Sánchez Lorenzo (tras la muerte de su padre, que había sido guardia civil),
compañero de curso mío, quien de acuerdo con su caracter vital y extravertido
acostumbraba a manifestarse ruidosamente, suscitando las bromas burlescas de
Urbano y de Cerrada.
A ese grupo pertenecían también la mayor
parte de los alemanes, a quienes se admitió a fuer de un acuerdo entre la
Embajada Alemana y Auxilio Social, a raiz de la terminación de la segunda
Guerra Mundial. La embajada se comprometió a ceder todo su capital y bienes
muebles a A. Social y por contrapartida A.S., a abrir sus puertas en los
hogares a los hijos de los alemanes y también a más de un adulto.
Como resultado de ese acuerdo, la Embajada Alemana visitó el Hogar Alto de
los Leones, en mayo de 1945, a raíz de la terminación de la Guerra Mundial, o sea,
dos años antes de que yo ingresara en el HCU.
Durante esa visita y desde la terraza,
el embajador y su séquito tuvieron oportunidad de contemplar cómo los
niños formaban sobre el suelo del patio las Cinco Flechas y la Cruz Gamada. El
Embajador Alemán, emocionado y agradecido de que le hubiéramos recordado los
días gloriosos deI III Reich, nos regaló un sinnúmero de juguetes alemanes
maravillosos: bicicletas, cítaras, mecanos, tanques que despedían chispas,
peonzas melódicas...
Con ojos como platos yo miraba los juguetes
depositados en el suelo, hasta que sin meditarlo mucho me decidí por un
magnífico mecano: el sueño de cualquier chico de mi edad. Era una pesada caja
llena de poleas, ejes, planchas perforadas y tornillos.
Por un momento llegué a creer que me iba a
pertenecer por los siglos de los siglos, pero la realidad del Auxilio se
impuso enseguida: No bien húbose ido el Sr. Embajador y su rubia cohorte,
nos hicieron formar y tuvimos que entregar todos aquellos tesoros,
que, ¡ay!, se llevaron para siempre jamás. Con lo bonito que era mi mecano...
Antonio Sánchez, César, el pechudo
Aceitero, etc, etc. ¿Pero quién pelotas es el tipo ese del gorro, que cada vez
que lo veo en una foto está con una mano en “orsa”? Se parece mucho al
Director...
Otro de los adultos que también encontró
refugio en el HCU fue Egon Nieltop, joven muy delgado, fragil y elegante y con
ese tipo de rostro nórdico de rasgos finos y algo orientales que tiende a
desaparecer. Se decía de él que había sido oficial de un submarino hundido en
guerra, y que por efecto de la presión del agua había perdido un pulmón.
Hablaba español incorrectamente, casi como un niño, y así, en el comedor
gritaba al mozo: "¡Maurisio, tráeme uno cuchara!".
Resumiendo: en el HCU se ingresaba por los
motivos más dispares, en los que a menudo intervenia la suerte, y una vez
dentro puede decirse sin pecar de desmesurados que todos, o casi todos, estaban
perfectamente capacitados para sacar el bachillerato. Sin embargo, ni siquiera
el 30% alcanzó la meta fijada.
El Orfe y sus Randas
Uno de los hechos que más ensombreció la vida
en el orfe fue el de que hubiera ladrones entre nosotros. Y no me refiero, por
supuesto, al desesperado que impulsado por el hambre reventaba las dos o tres
cerraduras del armario de Navalucillos para aligerarle de medía hogaza de pan,
que aunque mal, era algo que tenía cierta excusa.
Aquí me estoy refiriendo al hecho abominable
de robarle los libros al compañero para ir a venderlos a lo mejor por 10 pts.
Eso era un hecho repelente, sin justificacion alguna, algo así como robarle el
caballo a un cowboy, sólo que aquellos colgaban al cuatrero. Aquí sin embargo lo
único que podías hacer era ir al día siguiente a la Calle de los Libreros a
comprar tu propio libro, y una vez abierto, mostrarle al dueño de la tienda los
diferentes sellos de Auxilio Socíal, con tu firma y todo, puestos en diferentes
páginas.
Pero él haciéndose el sueco se encogía de
hombros y te cobraba tres veces más de lo que él había pagado. Y si además no
era tu día, te acababan de poner un cero en latín por no saberte la leccion al
no tener libro.
Más de una vez pensé yo, que tantas
veces he recorrido Francia en bicicleta con una tienda de campaña y dormido
en sus campings que son incontables, ¿ por qué no se le ocurriría a
nadie montar una tienda de campaña en esa plataforma herbosa en que está ese
grupo, al abrigo de “La Casita” y de ese muro de contención? Hubiera sido una
idea excelente. Además se podría haber aprovechado para recibir las sobras del
rancho, como se hacía pocos años antes en los cuarteles.
Año 1949; las camisas azules ya
escasean y los correajes también. El del bastón en la mano, muy tieso él,
parece alemán: “Donnerwetter, tadellos!” (¡Rayos y truenos, impecable!)
Era muy alarmante verte de pronto desposeido
de los instrumentos de trabajo, y de una manera vaga te veías ya con un pie en
el Hogar de Carabanchel (el Hogar de los obreros). Porque si algo no funcionaba
era eso de "un libro para dos", que pasaba algunas veces a principio
de curso. A mi me robaron de todo: "El libro de las Tierras
Vírgenes"; dos o tres libros de texto; una caja de leche en polvo que me
habían regalado en "Leones"; una linterna y un traje de pantalones cortos sin
estrenar.
Un objeto especíalmente codicíado por los
“chorizos” eran las cajas de compases de los estudíantes de aparejador (cajas
negras, protegidas en su interior con un tejido mullido, de color morado), que
en aquellos años valían un dineral. Un ratero más osado se subió a una escalera
y robó --es de asombro-- las letras de metal incrustadas en el arco de entrada
del paseo de coches, que decían "Hogar Ciudad Universitaría". Tena
, por una vez acertó, y no las repuso más.
Ladera de los Cotos. Tres eran de mi
curso en el Cardenal Cisneros y dos del Ramiro de Maeztu. Año 1949. Elias como
buen proletario que era prefiere ir en pelotas que ponerse la camisa azul.
Pero para mí el robo más pintoresco de todos
fue aquel en que el ladrón se llevó todos los cortinones de las clases, que
iban desde el techo hasta el suelo y debían de pesar arrobas. No me lo explico,
a no ser que haya aparecido con una grúa y un camión.
Me parece recordar,
allá en los albores de mi estancía en el HCU, que los estudíantes de derecho
organizaron en la clase un juicio formal, con abogado fiscal, defensor y
un acusado de robo, que en este caso concreto era uno de los mayores.
Desde luego tanto el fiscal como el defensor se veía que estaban en su elemento
--eran muy jóvenes-- y se lo tomaron muy a pecho. Al final, no sé si salió
absuelto o si le ahorcaron.
Otro caso mucho más grave fue aquel en
que se vió envuelto un estudíante de medicina que tenía cara de boxeador,
rostro plano y pelo negro rizado. Le veo mezclado en un delito de mucha
gravedad en el hospital donde practicaba. Por lo visto cuando tenía servicio
nocturno narcotizaba a sus victimas --generalmente niños-- y abusaba de ellos.
Creo que acabó en la carcel. Hay cosas que deberían de esfumarse en el olvido,
sin embargo, ahi están .
El hambre como constante
El reino de los mozos era el “office” y la cocina, adonde bajábamos a menudo a ver si había quedado algún resto en las perolas. Y es que en aquellos años se padecía un hambre permanente, insaciable, y en cierto modo obsesiva, al menos para aquellos que no tenían ayuda familiar. Seguramente el origen de esa obsesión provenía, más que de la falta de alimentos en sí, de la falta de proteínas y grasas.
Por eso, por más repollo y garbanzos que le diéramos al cuerpo, continuábamos soñando con un pollo asado muy doradito o con un potaje bien lardoso. (Ah, aquel cura barrigudo y epicúreo que venía en Semana Santa a catequizarnos y que llevado por la fantasía decía eso de "si tú te comes un filete pasa a formar parte de tu cuerpo...").
Ya dije que algunos bajábamos a la cocina por lo de las perolas. Otros, mejor relacionados con el practicante José María –que era muy beato-, iban a pedirle fosfarina. A los “pequeños” no nos daba nunca nada. Luego había el grupo de los canarios --quizá sea injusto, pero me parece que no tenían muchos amigos--, que todo lo arreglaban con el famoso gofio: harina de no sé qué, que lo mismo mezclaban con la leche que con las lentejas y se lo comían tan felices.
Pero los más afortunados eran los que habían venido de algún pueblo. A estos sus parientes les enviaban unos paquetes que contemplábamos con arrobo, pues contenían todo aquello que no veíamos ni en pintura: hogazas de pan blanco, chorizos, tocinos... El prototipo de estos paletos con suerte era Navalucillos, chico que se quedó con el gentilicio para siempre, sin que nadie sepa ya cómo se llamaba en realidad.
Él era uno de los pocos de los que todavía
guardo un recuerdo desagradable, de muy egoista y además forofo del Atlético
Madrid (yo también era forofo, pero del R.Madrid). Jamás se supo que hubiera
dado ni el más pequeño mendrugo de pan, que tan a menudo se engullía, a ninguno
de los muchos desafortunados que por allí pululaban. De color cetrino y
delgaducho, andaba siempre metido en discusiones con todo el mundo.
Un día le acompañé a la parada final de los autobuses que venían de los pueblos a Madrid, en la Cava Baja. Alli esperamos largo rato --rodeados de patanes vestidos de pana, las alforjas al hombro y una boina diminuta en la cabeza--, hasta que por fin llegó el autobús que traía su paquete. Era un paquetazo, y ya digo, no me dejó ni olerIo. Me parece que el practicante también era de su pueblo, lo que le garantizaba una ración extra de fosfarina.
Año 1958, Barcelona. Sin saber por qué
me he remontado a los pies del Gran Hombre para meditar. ¿O es simplemente que
tenía hambre? Porque ahí se me ve muy flacucho…
El tema del hambre llegó a ser tan
embrutecedor que hasta los hubo que con tal de poder llenar la barriga dejaron
de estudiar y se pusieron a servir de mozos, como fue el caso de Eleuterio y
alguno más. A lo mejor ya les habían suspendido, pero para el caso era lo mismo.
Para el arreglo de los zapatos teníamos un zapatero que con la entrega de un vale firmado por el director nos ponía unos “philis” (finas suelas de goma adherida), cosía un contrafuerte o clavaba herraduras en las punteras. De todos modos, el que como yo sólo tenía un par de zapatos, las pasaba canutas cada vez que tenía que ir al zapatero.
Un día con el propósito de aliviar la situación una comisión de alumnos se presentó ante Tena informándole de lo mal que comíamos. Después de escuchar a los emisarios, el patriarca esclarecido habló sabias palabras: “Eso está bien; pues como todo el mundo sabe, el pan atonta. He dicho.”
El
HCU y sus Intelectuales
El nivel intelectual en el HCU –aquí no vale
equivocarse ni rasgarse las vestiduras-- era sumamente mediocre, y el
motivo de ello, bien simple: Allí nadie leía un libro sencillamente porque no
los había, aparte, claro está, de los libros de texto, que como todo el mundo
sabe sólo forman hasta un cierto punto y a veces hasta deforman.
Pero más asombroso que el hecho de que nadie
leyera un libro era el de que la biblioteca estuviera vacía; fenómeno
totalmente nuevo, lo nunca visto: Una pomposa biblioteca universitaria carente
de libros ... ¡genial! Así la gente no se alteraba y de paso se ahorraba
cantidad de pasta. Además, los alumnos ya tenían bastante con la lucha diaria
por salvar la piel, por comer de vez en cuando y por procurar que no les
pusieran un cero.
FOTO 28.-
César, Pereda y Protasio. Están en la
entrada de coches, donde nunca vi que entrara ninguno; ni tan siquiera el
carro del frutero con su burra –como decíamos-, eso que desde lejos ya se
notaba claramente que era un burro.
Si volvemos la vista atrás vemos que las
posibilidades que tuvo el orfe de organizar actividades intelectuales fueron
enormes: Conferencías, coloquios, intercambio con otros colegios, e incluso con el
extranjero...,qué sé yo. En cambio, no se hizo absolutamente nada en este sentido. Pero
es que los responsables, Tena, Carmen de Icaza y Manolita –alta, rubía y jefa de algo-, por lo visto no tenían ni idea
de tales posibilidades.
A ello hay que añadir que los profesores (celadores), incluido el Director Juan Lampert, eran unos petardos. Por eso no es de extrañar que allí todo lo más que se diera fuera el empollón, que bien porque estuviera especialmente capacitado, o como consecuencia de que huyera hacia adelante, el caso es que sacaban las matriculas como Zatopeck los records: año tras año, sin tregua ni perdón. Paradigma de esa noble pugna intelectual entre dos alumnos eran Vallejo y Enguídanos, a quienes se habia dada carta blanca para entrar a saco en el curso y acaparar todas las matrículas disponibles. Sus compañeros de curso del Ramiro de Maeztu, del todo desanimados, ya ni lo intentaban, consolándose como podían con los milloncejos de papá.
Hagamos ahora una semblanza escueta de estos dos atletas del empollaje:
Julián Vallejo: De él guardo el recuerdo de sus simpáticas corbatas de corte sudamericano, muy anchas y de encendidos colores. Pero también de su capacidad de percepción del "Weltschmerz", que en lengua de Cervantes viene a significar algo así como el dolor que se experimenta ante la pugna de un mundo profundamente deficiente contra nuestras apetencias y nuestra voluntad, que consideramos más nobles. (Thomas Mann lo reduce a una palabra: "Lebenswehmut",o sea, Melancolía de la vida, o la Suave tristeza del recuerdo). Yo, más vulgar, digo: Vallejo tenía cara de "no hay motivo para no estar cabreado".
El otro empollón era Francisco Enguídanos. El hada madrina había sido generosa con él, concediéndole la clarividencia del intelecto y la altura de un Gulliver en el País de los Enanos. De espíritu selectivo y aristocrático, tenía como un deje de desdén para el “ vulgus orfeñus”, y me parece que más de uno se enemistó con él por este motivo.
Si al cabo de los años hiciéramos un balance
de lo que se invirtió en más de dos décadas en el proyecto "HOGAR CIUDAD UNIVERSITARIA"
y al mismo tiempo consideráramos lo que se hizo -o no se hizo-- de
sus posibilidades como centro de estudios, hoy a la vista de los resultados
obtenidos podríamos afirmar con perfecto conocimiento de causa que aquello fue
un FRACASO,
dejando a un lado a ese grupo relativamente pequeño (no sé si
pasaron de 80, de 17.000 niños acogidos en Auxilio Social), que fue capaz de
terminar una carrera.
Me temo que lo dicho anteriormente sea
extensivo a ese otro centro femenino, hermano y casi desconocido,
--al menos en los años en que yo estuve en el HCU--, llamado
"Hogar María de Molina", donde barrunto que las tragedias estuvieron
a la orden del día.
El Personal de servicio
Por una de esas absurdidades propias de la época, el ropero-lavadero situado en el sótano tenía un muro común con el establo de vacas del vecino, lo que trajo consigo que al cabo de los años los excrementos y el orín del ganado se hubieran infiltrado por el muro, con la consiguiente descomposición de la pared y el mal olor correspondiente.
Sin embargo, las mujeres del servicio,
sentadas en corro mientras cosían e insensibles a la pestilencia, continuaban
con su cháchara, que iba acompañada del continuo chirriar que producía el
gigantesco bombo de lavar, girando sin cese del uno al otro lado. Esa lavadora,
que con tanta correa de transmision y tanta polea de técnica moderna tal alarde
hacía, hoy nos hubiera parecido una máquina de los tiempos en que se
hacía la mili con lanza.
FOTO 29.-
Julio García –raro y aburrido- y Juan
Luis Marina, ante la fachada del HCU, con los toldos bajados, con lo que aparecia
más bello.
El mozo más antiguo que recuerdo en el HCU
era Juaquín, quien tenía a su cargo el perro-lobo alemán "Leal". Al
Delegado no le gustaba, eso que el Führer tenia uno de la misma raza, o quizá
tuviera miedo de él. Así que según creo lo mandó matar, sin temor a que
interviniera la Liga Protectora de Animales, que todavía estaba en pañales y
además bastante lejos. Me estoy refiriendo a los tiempos en que Tena visitaba regularmente
los hogares --no los niños--, que en cuanto los Aliados ganaron la
guerra, no se le volvió a ver el pelo por allí.
De todos aquellos mozos que durante años nos
sirvieron la frugal pitanza, a mí sin duda el que me resultaba más simpático
era Mauricio, tipo estupendo, humano y diligente, que un día aciago
sería mi último y dolorido acompañante, camino del Hogar de Carabanchel.
Cuando se ponía el uniforme de chaqueta
blanca con botones dorados, parecía como más fino, y su rostro perdía la rusticidad
pueblerina. Uno de sus trabajos era pulir con una máquina rotatoria el largo
pasillo de las clases, donde colgaban las fotos de unos cuantos atletas en
"pose" de correr los 100 m. lisos. Entre ellos: Leonardo, Enrique
Armengoz, Luis Fernández de los Muros, etc.
Al servir la mesa en el comedor, Mauricio
escuchaba diariamente las voces que dábamos llamándole, acuciados por el
hambre, pero él, con una sonrisa comprensiva pasaba como una centella entre dos
hileras de mesas, golpeando con el cazo el borde del perolo vacío.
Baltasar: De constitución robusta y bien alimentado, daba un poco la impresión de un semental. En verano bajaba los toldos verdes de la fachada principal haciendo girar el manubrio con una mano, en plan chuleta.
Lucio: El tuerto, era el más retraido de
todos y apenas tenía contacto con los alumnos.
No quiero dejarme en el tintero el más
antipático de todos: El "Almirante", por el uniforme de portero que lucía, lleno
de galones. Era primo del director, le faltaban unos cuantos dedos y
todavía no sé qué hacía allí.
Fernando era el más alto y vivo de todos los
mozos; pero también algo mafioso. Le expulsaron por cometer un desfalco –hoy
día, la cosa más inocente del mundo-, habiéndomelo encontrado años más tarde en
Zaragoza, de feriante. Cuando me vio se echó a reir y me dio un abrazo.
De las limpiadoras sólo recuerdo a Conchita, venida de A. de los Leones, donde sólo ganaba
75 pts al mes. Al enterarse de que me habían botado levantó la voz ante el
Director Juan Lampert. Y yo ahora, desde mi lejano recuerdo, evocándola me
digo: ¡Gracias, Conchita, y un abrazo para tí, humilde y valerosa mujer!
Esta era la célebre casita –nombre
común-, que, por falta de imaginación por nuestra parte, con el
tiempo se convirtió en nombre propio: “La Casita” por antonomasia.
De todos modos, la foto recuerda
bastante a una barraca de Ausschwitz. Aunque nada más lejos que eso, ya que en
aquellos años de penuria por el solo hecho de poder salir a la sierra ya te
considerabas un “globe-trotter”.
Había también una chica en el ropero, cuyo nombre desgraciadamente no recuerdo,
hermosa, robusta y con un rostro risueño algo rústico --una auténtica
flor silvestre--, que tuvo varios lances amorosos: con Moreno, el marino,
y con algún otro afortunado del orfe. En verano del año 51 ayudaba de
manera accidental en la cocina del parador situado al pie de Los Cotos, en la
Sierra de Guadarrama.
Cuando en septiembre al término de las
vacaciones se cerró el pequeño y rústico albergue “La Casita”, situado arriba
de Los Cotos, cuatro alumnos:
Del Arco, Estébanez, Urréjola y Ernesto (yo era con mucho el más joven del grupo)
bajábamos de la sierra en un camión, sentados en bancos de madera, y enfrente
de nosotros, también sentada, iba nuestra dadivosa samaritana –la flor serrana,
arriba mencionada--, quien durante todo el trayecto puso el encanto de sus
remos inferiores a disposición de las manos nerviosas de aquellos
indigentes del amor.
Como todo iba tapado con una manta --por lo
del frío, claro--, a pesar deI subrepticio juego de “robaterrenos” que
bajo la manta a manos llenas tenía lugar, todo ocurrio como por casualidad y en
completa decencia. Mas de pronto, con voz regocijada y burlona, ella exclamó:
"Alguien ha introducido la mano por donde no debía, Ernesto, y yo sé quién
ha sido". Pero yo negaba atolondradamente, como el santito a quien
acabaran de pillar comprándose un porno.
Es bello poder recordar --ya en el
declive de la vida-- que un día lejano una muchacha hermosa pronunció
nuestro nombre, adornándolo con una sonrisa.
Durante el camino nos contó que se proponía ir de corista con una compañía de revistas, lo que no me extraña, con ese cuerpo de bandera, y además sabiendo que con los chicos del orfe estaba perdiendo el tiempo. Pero ese tipo de mujer que ama porque sí, por un derroche de generosidad, raramente tuvo suerte en la vida. Por eso, hoy como ayer, de corazón pido a mis dioses que hayan sido benévolos con ella.
La Dirección del Hogar
La componían el director y los maestros –sin
título--, que eran más bien celadores. El más viejo era Don Manuel: (el
"Cejas"), notario inhabilitado por no haber sido amigo de Franco. Ya
era mayor, y tenía una hija en el Hogar Rosa. Hablaba poco y era más bien de
carácter gruñón.
D. Gabriel: Siempre de buen talante y
bonachón, aunque un día que les dió a aquellos carniceros por castigar a su
manera –golpeando-- a algunos que habían faltado a clase, el bueno de D.
Gabriel también participó en el acto heroico. Fue en esta ocasión cuando Hans
Lampert (el Director) , eligió precisamente a los alemanes que había en el
grupo y se cebó con ellos, él y el resto de la Dirección --según me contó
Jorge Deike. Años después me encontré a D. Gabriel en Barcelona; había
dejado de tocar el violín y parecía muy desilusionado.
D. Julián: A éste, precisamente por ser tan
amanerado, le llamábamos el "machote". Era más bien alto y aunque
tendía a la obesidad era fuerte. Un día se peleó con el
"Asturíano" y le venció claramente. Ayudaba a Cerrada en los deberes,
me parece que por dinero. Para mantenernos a raya tenía el sistema de los
"puntos malos". El primer director que tuve, D. Antonio, era un
tío cargado de espaldas y con cara de mala uva, así que no sorprende que lo
primero que me dijera nada más llegar fuera: "a ver, gilipollitas, búscate
unos zapatos".
Y por último, Hans Lampert –el Director--, niño bonito de Tena, con libertad absoluta para hacer y deshacer a su antojo, sin temor a que el Delegado interviniera, ocupado como estaba en presentarse como el patríarca bonachón. (Algún día habría que hacer un estudio más detallado de la cadena sin fin de errores cometidos por Tena, sobre todo de su eterno inhibirse de toda responsabilidad; de no querer enterarse de nada).
Aquí lo tenemos, a Don Juan Lamerde o
Hans Lampert, con sus patitas blancas de bailaor y la daga de nazi
sujeta al correaje con hebilla de falange. Se había escapado de un campo de
concentración en Alemania, y le chiflaba despertar a cualquier travieso
“malhechor” por la noche, llevarle a su despacho y allí, a solas con su
alma negra y el demonio escapándosele por la orejas, aplicarle los mismos
perversos correctivos que usaban los nazis (mejor no describirlos). Y al tipo
este, que ni siquiera sabía hablar correctamente español, sino que
hablaba una mezcla de andaluz y moro con fuerte acento alemán (de allí
venía), el Delegado Nacional de Auxilio Social (“la eminencia gris
de Falange”, según Ridruejo), le había nombrado Director... ¡Pero qué
burrada falangista, Sr. Tena!
El director que a mí me expulsó se llamaba Juan Lamerde o Hans Lampert, no recuerdo bien.
Hablando de este Juan Lamerde tengo que decir
que como de todo tiene que haber en la viña del Señor también hubo quien le
apreció, y hasta le invitaron a sus casas, considerándole como el
"padresito" del HCU, norte y guía de la juventud a su cargo y siempre
dispuesto a tender la mano al uno y a dar un consejo paternal al otro. Y hasta
decían de él: "A éste como nos descuidemos un poco, un día lo vemos en los
altares."
Yo por mi parte, tan tolerante como siempre,
respeto la beatería por ese virtual San Juanito. Mas para mí, en representación
de docenas y docenas de víctimas y tras penosísima experiencía personal en las
manos de este abyecto tipo, sólo puedo decir de él que guardo un recuerdo
negro, afincado en un mundo de pesadilla. Quizá fueran sus ojos, frios y
despiadados, lo que le daba ese aire de sabandija, de proscrito de la comunidad
humana....
FOTO 32.-
Una vez más, el “patitas”
realizándose a su manera con un “dejad que los niños se acerquen a mí”
. Y ahí está él, todo mimoso--¡con esa jeta!--, dándole la
papillita a uno de los chavales. La facha que ofrecía el fulano... vamos,
para vomitar . Año 1949.
Los primeros “acogidos” en el HCU
Nada más terminada la Guerra Civil, “Villa
Tinuca” y otras tantas fincas más de la Ciudad Lineal fueron incautadas, es
decir, todos los hogares de la C. Lineal así como el Hogar Clara Eugenia
en Hortaleza pasaron a poder de Auxilio Social por la jeta o por un precio de
limosna. Con lo que se empezó a albergar por primera vez a los
"niños, pobres inocentes, que de la guerra no tienen papá
" (¡toma, como que los “salvadores de España”, una vez llegada la "paz", les habían puesto en
un paredón y pegado cuatro tiros!).
Lo cierto es que cuando yo estaba en el hogar de al lado, en Alto de los Leones, año 1940, los chicos de Ciudad Universitaria eran muy mayores y vivían en un estricto régimen militar-falangista. Uno de aquellos "primeros pobladores" era Garcés, el cabo de gastadores, alto y fachendoso, con espinillas en el rostro y camisa azul despechugada. Era en cierto modo el prototipo de una generacion apenas adulta, cuyo programa de vida habia quedado roto por culpa de la Guerra Civil, y que una vez acabada se encontraron sin oficio ni beneficio, desorientados, en un mundo arrasado y revuelto. Por eso no es de extrañar que todavía por mucho tiempo vivieran impulsados por unas ideas bélicas que, como última consecuencia, les llevó a enrolarse de voluntarios en la División Azul.
A este género de hombres pertenecían, por ejemplo, algunos de los instructores de falange, que aparecían y desparecían en los hogares, sin que nadie supiera de dónde venían ni adónde iban. Uno de ellos, en Leones, recuerdo que volvió al cabo de cierto tiempo cubierto de harapos, como descargador deI camion del suministro.
Otro de los chicos de la primera hornada deI
HCU fue Mundo, que jugaba muy bien al futbol.
En un bonito parque de Zaragoza estoy
acompañando a cuatro hembras del Hogar María de Molina o del Hogar de
Hortaleza, no recuerdo bien. Lo más seguro es que nos fuéramos todos a
pasear porque nadie tenía un duro en el bolsillo para irse al cine. En fin, que
nos reimos bastante, respiramos aire puro y lo pasamos bien de manera inocente,
según los cánones de la moral vigente. Y a lo mejor hoy día, rodeadas de
nietecitos, hasta se acuerdan de mí.
El estilo fascio-castrense en que vivían me se mantuvo en el HCU hasta la terminación de la Guerra Mundial, en que las
ideas fascistas se vinieron abajo y obligó a dar un cambio de rumbo a la
educación que se daba en los hogares, al menos formalmente.
Me parece que fue poco antes cuando un nutrido grupo de chicos del Hogar empezó a estudiar perito agrónomo, carrera facilona que se miraba un poco despectivamente, pero que muy pronto, con el auge económico posterior, serían muy buscados. Ahora voy a sacar del olvido algunos de esos primeros pobladores:
Vargas: De él no recuerdo más que un rostro anodino
y su traje de pana.
Adonis: Era un ñarra de buen talante que andaba loco por las hembras.
Adonis: Era un ñarra de buen talante que andaba loco por las hembras.
Luis Fernández de los Muros: Elegante, fino y con una habilidad extraordinaria para hacer trucos con las cartas.
Luis Álvarez: Era más bien de la masa y estudió
aparejador. Hizo las prácticas de milicias en Zaragoza y a continuación se
colocó en el departamento de arquitectura de la Delegacion Nacional.
Máximo: Uno de los mayorzones. Le veíamos muy poco y
no sé qué estudiaba. Era chupado de cara, pero de atlético de cuerpo.
Moreno: Estudiaba ingeniero de caminos y le gustaba lucir unas albarcas de pastor que tenían las suelas de goma de neumaticos de coche. Me imagino que hoy tendrían un alto precio museal. Me pasaba temporadas enteras sin verlo, pues permanecía a menudo en su casa. Él como otros varios estaba bien situado, no habiendo estado ni antes ni después en ningún hogar de Auxilio Social. ¿Qué hacía, pues, allí? Misterio.
Del Pozo: Chico serio. Acostumbraba a decirnos, al
menos a mí , "oye, vete al economato y tráeme un cuarterón de tabaco",
y era dificil negarse. Cuando años más tarde volvimos a vernos, se acordaba
perfectamente de mí y me saludó con una sonrisa afable y cordial. En la boda de un allegado suyo firmaron como testigos Tena y Carmen de
Icaza.
Leonardo: Estudiaba marino de máquinas. Era
“le beau" de las mujeres por su pelo rubio rizado, de caracter sosegado y
muy atlético.
Ramón Armengoz: En una foto del año 43, en Leones, está con el correaje doble de falangista, seguramente de jefe de centuria. Fue el eterno estudiante de medicina y dadas las facilidades que tuvo, un auténtico fracaso. Cuando se pusieron duras y hubo de dar el callo, tuvo que ganarse el pan de cada día como representante de productos farmacéuticos. Y cuenta la leyenda que un día que inadvertidamente se presentó en el despacho del Dr. Serrano (el que creíamos que valía tan poco), al verle, sin decir palabra dio media vuelta y salió de naja.
Miguel Lanza: Estudió marino de puente y se examinó
en Barcelona, sacando el n° 1 de su promoción. Allí nos hicimos amigos, por lo que a menudo nos íbamos al puerto a contemplar los barcos, sobre todo uno de línea,
que la Empresa le tenía reservado como primer oficial.
FOTO 34.-
Como tenía demasiado espacio libre he
tenido que meter la primera foto que encontré, que mira por donde resultó
interesante, ya que nos presenta la España de Franco de los años cuarenta y
algunos más. En la foto se puede apreciar la facilidad de cintura de
las mujeres transportando el cántaro y el atractivo que tienen, incluso vistas
por detrás, al menos la del centro.
Oye, Casimira, por ahí se acerca el buenazo de Roque con sus mulas.
--¿Buenazo ése? Pero si está hecho un
bala. No te digo más: anoche mismamente le vieron rondando a deshora por ca la
Filo...
Barsimeo: Ya salió de este mundo para
dirigirse a regiones más luminosas. Era un buen escalador.
Rotellar: No sé qué estudiaba. Chico
elegante, con algo de estrabismo en la vista y sin embargo de atractiva
presencia. Jugaba muy bien al ajedrez y ganó el campeonato que organizó Tena;
el de los pequeños lo ganó Urbano. El premio para Rotellar fue un reloj suizo,
un longines, y una camisa de lujo.
Estébanez: Estudió aparejador. Bajo la dirección de Frank era el encargado de dibujar los emblemas de Auxilio Social (la chapa, como se decía, porque al principio habían sido de metal), y que hoy se pueden adquirir en la reunión dominical de los filatélicos en la Plaza Mayor. Además, él pertenecía a un grupo que frecuentaba La Casita de Los Cotos; entre ellos, Barsimeo y Paco Pereda.
Paco Pereda: No pertenecía al orfe, pero
mariposeaba a menudo por allí. Era un magnífico escalador (en el Guadarrama hay
un pico con su nombre), estupendo atleta y ... “ de la otra acera”.
También buena persona. Conducía la moto gris deI Auxi, con letrerito y todo.
Ahora estará entre los ángeles, que según dicen son de sexo neutro.
Villareal : Estudiaba medicina, y ejercitando
como matasanos me puso una inyección de calcio, que tenía que haber sido
intravenosa, como intramuscular, que es lo mismo que si me hubiera inyectado el
fuego deI averno.
Urréjola: Estudiaba derecho. Estaba
delgadísimo (alli no habia gordos), y se decía que tenía la solitaria, y que se
le curaría poniendo un plato de leche muy dulce delante de la boca de él para que saliera. Pero que de
nada serviría si la cabeza del parásito se quedaba dentro.
Garzón: Era de tipo más bien desgarbado y muy
delgado. Nunca sonreía, a pesar de tener una novia preciosa, rubia, creo que de
Maria de Molina. Se le respetaba mucho y esa veneración tenía su origen en un
equívoco, en la creencia de que hacía dos carreras al mismo tiempo: Ciencias
Físicas y Matemáticas, lo que no era cierto, porque si bien la física hace uso
continuo de las matemáticas y tiene algunas asignaturas de la misma, son en
realidad dos carreras distintas, según me dijo el hijo mío, que es doctor en
Ciencias Físicas. (Hoy día creo que sí se estudian juntas).
Del Arco: eI futuro abogado. Medía dos metros de altura, y una tarde del año 48 volvió alucinado de ver a Rita Haiword bailar un baile erótico en la pelicula "Gilda". Nosotros al escucharle nos bebiamos sus palabras, cuando decia: "y va y lentamente se quita un guante...”
Algunos de los que fueron botados
Parra: Chico muy risueño, a quien le gustaba
mucho leer novelas. Como la mayor parte, estaba sin madurar.
Graupera: Cuando ingresamos jactanciosamente
nos decía "pipiolos". Duró poco. Luego trabajaba de carpintero en
Barcelona.
Maruri: Dormía en la cama siguiente a la mía;
buen chico, unos cuatro años mayor que yo, y a quien ya le tiraban las chavalas.
A su habitación fui a parar, a pesar de que todos eran mayores, porque D.
Julían me pilló fumando en la cama, al lado de Retuerce, y creyendo que él era
el culpable, me trasladó a otra habitación.
Velasco: Quien andaba siempre con las
zapatillas en chancleta, quizá porque le olían los pies. Al andar dejaba detrás
de sí una estela de olor a queso manchego, qu’era demasiao.
Balmaseda: También de la habitación de
Maruri. Estudíaba marina y me sacó el mote de "Corredor", porque por
las noches, cuando iba al water que estaba al otro extremo del pasillo, iba
descalzo y corriendo, no sé si de frío o de miedo.
FOTO 35.-
Mi mundo en los "hogares", en la primavera de 1941, años antes de
hacer el ingreso de bachillerato: La Iglesia, la Falange y el Auxilio Social. Y
con esas premisas pretendían que tuviéramos éxito en los estudios; ¡pero qué
gente tan cretina guiaba nuestros pasos! El niño ese, de siete años, se llamaba José Antonio y era además el corntín de órdenes. Motivos más que suficientes para que el cura le tuviera bien agarrao.
Vázquez: Estupendamente desarrollado
físicamente, jugaba al futbol muy bien. Era de temperamente calmoso y
guasón y no temía a ninguno fisicamente, por lo que se permitía muchas bromas
más bien inocentes. Cuando íbamos al cine, para él era la hora del
"lote", pues siempre tenía alguna de las damas del Hogar María de
Molina --tan desorientadas como él mismo-- a su lado. Era del mismo pueblo que
Zamorita, a quien protegía.
Blas: Tipo largirucho; lo tengo en dos fotos en el año 50, sentado amistosamente junto a Juan Lampert, en Los Cotos, antes de que éste le hubiera dado la patada.
Blas: Tipo largirucho; lo tengo en dos fotos en el año 50, sentado amistosamente junto a Juan Lampert, en Los Cotos, antes de que éste le hubiera dado la patada.
Pascual, (¿o se llamaba Pastor?): ¡Qué pérdida para todos significó la marcha de este chico! Era sencillamente magnífico. Aunque no era de mi curso, yo admiraba sin embargo su gracia chispeante, su inteligencía y su sentido del humor. De su rostro abierto y pecoso se desprendía la alegría de vivir. Me imagino el impacto que significó para él el tener que caminar para siempre extramuros, abandonando a sus amigos.
Y por último, Ernesto: Este pequeño soñador no lo voy a
comentar --sería poco elegante-; prefiero que estas hojas volanderas lo hagan
por él.
FOTO 36.-
El equipo de hockey del HCU en una de
sus salidas para enfrentarse a otros equipos, muy finos todos. En la foto sin
embargo ya se adivinan los primeros síntomas de disolución. Era 1959. Dos
años después, al quitarles el colchón, comenzó la desbandada general.
Pequeño
resumen acerca del HCU
Según mis cálculos --aunque seguramente me
quede corto-- por allí pasaron unos 300 alumnos desde 1940 hasta 1961, que fue
cuando se cerró. Como resulta que el título lo obtuvieron únicamente unos
ochenta, el resto, o sea el 60-70% de los alumnos, se habían ido a pique.
Al llegar aquí quiero señalar algo muy importante: Poquísimos de los que tuvieron éxito procedían de un hogar en el que hubieran permanecido varios años antes de ingresar en el HCU. EI interno, sufridote y de ley, que llevaba más de dos años en el A.S. fracasó casi siempre nada más empezar, en primero o segundo de bachillerato, debido a su baja formación escolar y tambien –importantísimo-- a su falta de formación intelectual y espiritual, o dicho de otro modo: por culpa de la deformación anímica --denominada científicamente "hospitalismo" -- sufrida como consecuencia de su larga estancia en los hogares.
Mi promoción era de dieciocho alumnos y terminaron la carrera cinco, que sin excepción provenían del Concurso Catequístico; la de Vallejo era de cuarenta y terminaron cuatro. No obstante, nadie exigió responsabilidades al Delegado Nacional, Manuel Martínez de Tena, ni a la Secretaria Nacional, Carmen de Icaza, quienes en última instancia fueron los responsables del fenomenal fracaso de tanto estudiante por un lado, y del despilfarro económico que aquello significó, por otro.
JUICIO GENERAL
y como a vista de pájaro
de mi paso por los "Hogares" de Auxilio Social,
y como a vista de pájaro
de mi paso por los "Hogares" de Auxilio Social,
Los hogares de A.S., hasta los doce años --¡los decisivos, voto a Sanes!--, eran sin duda alguna lo que en sociología se denomina Instituciones Totales, en las que sólo había sitio para una determinada forma de hablar y de obrar --es decir de pensar-- y en el que las ideas políticas y religiosas no eran más que un conglomerado de creencias triviales, permanentemente envueltas en una atmósfera de rito religioso, aburrido y ñoño como eran el Santo Rosario de cada día, o las Flores a Maria, del mes de mayo. Sólo el recordarlo me hace sentir de nuevo el tedio indecible de aquellas tardes perdidas de rodillas, mientras fuera, en el patio vacío, un cielo azul y el sol de la infancia derrochaban su esplendorosa belleza.
Cuando en un libro que leí sobre el tema de Auxilio
Social la autora --Angela Cenarro-- describía los castigos que se aplicaban, no pude por menos de
soltar la carcajada. Decía: " ... y entre ellos estaban la amonestacion y
la amenaza de privación del postre (¡pero si en Alto de los Leones nunca nos
dieron postre!), hasta la pública vergüenza de tener que comer solo ...
"). Al leer esto me di cuenta de que la autora tenia una idea confusa
de lo que era aquello. A nosotros esos castigos burgueses de tener que comer
solos o acompañados nos la traía floja con tal de que comiéramos. La realidad
era, si se daba el caso, tener que quedarse firmes en el mástil mientras los
demás cenaban, e irse a la cama con el estómago vacío.
El preguntar por la intimidad personal
en el hogar no tendría sentido, ya que no la había en ningún momento, ni
siquiera en el wáter, pues carecían de puerta. Sin embargo, a la larga lo
más dañino de todo fue sin duda la REPRESIÓN PERENNE que reinaba
en Alto de los Leones y seguramente en todos los hogares análogos.
El que no se permitiera en ningún momento el que un niño hiciera esto o lo otro sin temor al castigo. El no poder hablar ni reir en los recintos ni en la formación; el tener los brazos cruzados, las mangas bajadas y el botón superior de la camisa abrochado cuando se iba a misa. De ahí esa sensación de tristeza y uniformidad que daban, aun cuando ya hacía tiempo que no se ponían el uniforme de falange. Así mismo, mal visto estaba también la opinión espontánea y la iniciativa personal, por lo que siempre resultaba peligroso responder con un "yo" a la pregunta de "¿quién ha sido?”
Diciembre, 1941. Mi hermano mayor y yo
en los porches del Hogar Alto de los Leones. Era un domingo, día de visita, y esa visita tan esperada, ¡ay!, hace tiempo la
olvidé. Pero quien quiera que fuese quien nos hizo la foto, a mí me sacó -- a pesar
de los pesares-- optimista y emprendedor, casi entusiasta. ¡Bravo, chaval!
Asi pues, lo mejor era eso: Fundirse en
la uniformidad, no destacar en nada; ni
levantar la voz ni salirse del grupo; ser un borrego formal, carente de deseos
y de inquietudes intelectuales; no pedir libros ni juegos colectivos, ni
tampoco intentar fundar un coro o un grupo de teatro; o quizás, el más poeta,
proponer organizar unos juegos florales ... Todo, absolutamente todo, estaba
prohibido. Tanto el pasar a los patios adyacentes, abandonando en el que
estábamos recluidos --la “jaula” de hormigón--, como el penetrar en el
edificio o en las clases (¡ay, aquellas tardes heladas de invierno en el patio
... !).
Prohibido estaba también el ir al wáter sin
permiso (¡Arriba España, Señorita, ¿puedo ir a orinar?), así como el
volver la cabeza en la iglesia. Y por supuesto, el mirar por la ventana de
arriba para ver cómo se bañaban las guardadoras en la piscina, por la noche, al
amparo de la obscuridad, acaso porque carecian de bañador y tenían que hacerlo
en bragas y sostén ofreciendo asi un espectáculo "nefando" para la
inocencia de los niños (a esa edad de entonces, ya no era inocencia lo que teníamos, sino estupidez).
Año 1949. Grupo de niños austríacos en
el Hogar Batalla de Brunete. Los han traido para que se repongan, eso
que más de uno nos sacaba la cabeza y algunos ni cabían en el jersey. Las
mujeres son las guardadoras de AS, y el único varón --con pinta de persona
civilizada--, no es, claro está, el instructor de falange, sino el maestro que
les acompañaba.
Por tanto, no es de extrañar que con tanta
prohibición y tanta coacción la mayoría de los internos salieran de Auxilio
Social con el espíritu y el intelecto desmedrados, carentes de iniciativa y
mermada en extremo su capacidad afectiva. En fin, para qué seguir; digamos
sencilla y llanamente, como diría Cervantes: De allí salió mucho psico y mucha
neura.
Y ahora, despues de tantos años, ¿qué me
traen los recuerdos cuando pienso en aquellos irredentos hogares de AS? Pues me
traen los nombres y los rostros de las maestras y de los instructores de
falange que dominaban nuestras vidas; sus actos, dictados por la ignorancia y
el sadismo; asi como el hambre, el frio y los malos tratos que padecimos.
Pero tambien, en el rincón florido del recuerdo
está el rostro de una niña
de un hogar femenino, ataviada con
un uniforme azul marino y calcetines blancos, quien casualmente encontré en una
salita de espera de la Delegación Nacional. No nos dijimos una palabra; su
sonrisa, sin embargo, era cálida y su mirada, llena de admiración por aquel
vagabundo que no se hartaba de contemplar en los ojos de ella el Universo
profundo...
Wiesbaden,
(Alemania, 2012)
Ernesto Fernández
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/http://recuerdos-del-hcu.blogspot.com/ *El Hogar Ciudad Universitaria de Auxilio Social*
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